sábado, 6 de octubre de 2012

Entrevista a Philip Zimbardo, obediencia ciega a la autoridad

Philip Zimbardo:
Desde pequeño, siempre creí en el poder de la situación para moldear a las personas, para bien o para mal. Mi experimento es como una tragedia griega: ¿qué pasa si pones a buenas personas en un lugar malvado? ¿Las buenas personas dominan y cambian la maldad del lugar, o bien el mal lugar corrompe incluso a los buenos? El experimento de Milgram, que precedió al mío, tenía que ver con el poder de la situación, pero con una autoridad fuerte que presionaba a alguien para que hiciera daño a otra persona.

Eduard Punset:
Recordémosles un poco a los espectadores cuál era la esencia del experimento de Milgram…
 

Philip Zimbardo:
Claro. En el experimento de Milgram participó una cifra muy importante de personas, unas 1000, en los Estados Unidos, con unas edades comprendidas entre los 20 y los 50 años. No eran estudiantes, sino ciudadanos corrientes. Mayoritariamente hombres. Para resumir, el experimentador les decía a los participantes: «queremos ayudar a mejorar la memoria de la gente. Lo haremos del siguiente modo: tú serás el profesor y él el aprendiz, y cuando haga algo bien, perfecto; pero, cuando se equivoque, le aplicarás descargas eléctricas, porque queremos ver si así mejora el aprendizaje». Todo arrancaba con una buena ideología: que la ciencia quería ayudar a mejorar la memoria, así que los participantes creían que hacían algo bueno. Había un aparato con interruptores para activar las descargas, y la primera que supuestamente se aplicaba (porque el aprendiz era un actor en realidad) era de 15 voltios. A partir de ahí cada incremento era de 15 voltios: 15, 30, 45… pero de repente, al llegar a 100, el actor empezaba a gritar desde la otra habitación: «lo dejo, no puedo más»… Si el participante era bueno, se giraba hacia el experimentador y le decía: «señor, ¿quién será responsable si le pasa algo?» La respuesta era: «Yo me responsabilizo, soy el experto, tú tienes que continuar». Y ahora eran 100, 200 voltios… El otro gritaba y gritaba… Y así hasta los 450 voltios, el máximo.
 

Eduard Punset:
Suficiente para matar a alguien, casi.
 

Philip Zimbardo:
Bueno, por lo menos para dejarle inconsciente. Al llegar a 375, se oía un grito y luego silencio. Y el participante decía: «señor, algo va mal». Pero se le respondía: «tienes que continuar». Milgram preguntó a cuarenta psiquiatras qué porcentaje de ciudadanos estadounidenses creían que llegarían a aplicar 450 voltios. Su respuesta fue que el 1%, solamente los sádicos. Sin embargo, se equivocaron. ¡Dos de cada tres personas llegaron hasta el final! Incluso si el otro chillaba, incluso si decía: «¡quiero marcharme, ¡tengo problemas de corazón!». Esto se llama obediencia ciega a la autoridad. El experimento demostró que, desde pequeños, se nos enseña a obedecer a la autoridad. Y normalmente la autoridad es buena: los padres, el cura, el rabino… pero no sabemos qué hacer cuando alguien bueno se vuelve malo: cuando un profesor es cruel con los estudiantes, o un padre abusa de sus hijos… Y Milgram demostró que la mayoría de las personas podían cruzar fácilmente la línea que separa el bien del mal, con buenas intenciones, y decir: «estoy ayudando a esta persona», pero le ayudaban matándole.

http://www.redesparalaciencia.com/wp-content/uploads/2010/04/entrev54.pdf